viernes, 15 de octubre de 2010

EL NIRVANA DE ANA

Ana pasea en verano su calma por la clara mañana
del frescor a las primeras horas impregnada,
toma hojas, personas, paisajes y ramas
intentando plasmar la esencia del momento
con ese alma empática  de su pequeña cámara.
Ana se cuestiona muchas cosas  y cuando ríe
lo hace con esa risa sana de la gente lozana,
o, deshecha la magia del sopor de la siesta,
tras dormir y  vivir soñando entre las sábanas
poco a poco  se despierta, levanta y  despereza
con los ojos enfocados al limbo del afuera
sintiendo los sofocantes retales de canícula
que entran por la ventana.
    Y más tarde, ya en su casa trabaja y trabaja
conectando palabras a la mesa sentada
mientras el viento sopla esparciendo las hojas
de otoño que revuelan con mil alas rojizas
envueltas en terciopelo verde de retamas
o acurrucada al tibio calor del hogar invernal
mientras fuera blanquean al filo del paisaje,
hierba, colores,  sueños, pájaros y taramas
cubiertos por la helada.
     Y por la loca Primavera también se vuelve loca
con millones de preciosos motivos que rodean,
multicolores, sus ojos entusiastas.
Ana pasa, habla, canta, sueña, apresurándose
a desgranar sentimientos que teclea con ganas.
Ana ama y disfruta la estación de  la vida perfumada,
sencilla, clara y llana.
Ana la del momento, de la emoción temprana
sigilosa, sutil, de todo enamorada:
de papel y bolígrafo, de teclado y pantalla,
a su tarea enganchada.
Ana vuela en alas de la  imaginación  y  destila
historias que no pueden casi describirse
con ninguna palabra conocida,
con ninguna palabra,
pero rebusca y siempre las encuentra  en la memoria,
la memoria lejana
Ana suspira cuando sale a la calle,
siente un día más el regalo de estar viva
y respirar bien dentro bajo las altas ramas.
Ana mira el cielo de un profundo azul cálido
y se marcha, y se marcha.
Y así persigue y capta usando su objetivo
las flores de certeza, las vívidas crisálidas,
y hasta los pensamientos de esa gente de pueblo
que transmiten la llama a su sencilla cámara:
la beatitud inmensa del nirvana de siempre;
el de nuestro pueblito, que siempre lo tuvimos,
nuestro eterno nirvana: el gran nirvana

                 Un cariñoso abrazo y gracias por todo
                         Manuel Palacios